Sobre el Amor. El Amor que no tiene que hacer nada más que Ser.
El Amor es todo. Amor es lo que somos. Amor es lo que hay detrás de todas las cosas. De todas las situaciones. Hasta detrás de aquellas situaciones o circunstancias que juzgamos como terribles, hay Amor. No puede haber otra cosa. Porque en realidad, no hay otra cosa en ningún lugar. Solo Amor.
Es nuestra percepción de la realidad (porque la realidad la percibimos todo el tiempo, no la vivimos tal y como es en absoluto), y la comprensión que a través de dicha percepción hacemos de lo que entendemos como nuestro mundo, la que nos dificulta ser plenamente conscientes de ello. En el fondo, lo sabemos. Simplemente no somos conscientes de ello. Es como si se nos hubiera olvidado. Aún sabiéndolo en el fondo. Porque en realidad, Amor es lo que somos. ¿Cómo podríamos, entonces, no saberlo?
En nuestra percepción ilusoria de la realidad, en que todos nos sentimos especiales, diferentes y únicos (por lo tanto, separados de todo lo demás), encontramos mucha dificultad para darnos espacio a ser plenamente conscientes de lo que somos. De que somos Amor.
Es desde nuestro especialismo (nuestra “necesidad” de sentirnos especiales) desde el que nos pensamos a nosotros mismos. Nos pensamos como diferentes a todxs lo demás. A todo lo demás. Construimos una imagen de nosotros mismos y creamos un sistema de pensamiento. Una personalidad.
No es que venimos con nuestra personalidad de serie. No. La creamos. Creamos una personalidad que, desde el momento de su invención, rige gran parte de lo que entendemos como nuestra vida. Una personalidad que nos lleva a hacer juicios continuamente. Que nos limita. Que nos hace determinar qué es aceptable en nuestra percepción de nuestra realidad y qué no es aceptable. Nos hace determinar qué tiene cabida en nosotros y qué no. Y así, un montón de cosas más. Todo lo que percibimos como realidad está sujeto a este juego. Absolutamente todo.
“Porque en realidad, no hay otra cosa en ningún lugar. Solo Amor”.
Y en ese juego que hacemos, empezamos a determinar cómo tienen que ser las cosas para que encajen bien en eso que llamamos nuestra personalidad. En esa creación nuestra. Y no solo determinamos cómo tienen que ser las cosas para que encajen. También determinamos, inconscientemente, como tienen que ser las demás personas para que encajen.
Empezamos a poner la atención en nuestras necesidades (que también son resultado de nuestra “querida” personalidad) y, sobre todo, en cómo podemos satisfacerlas. Y en ese satisfacer nuestras necesidades se encuentra el quid de la cuestión en nuestra relación con todo lo que compone lo que percibimos como nuestra realidad.
Determinan nuestra relación con las cosas. Determinan nuestra forma de vivir las situaciones que creemos vivir. Determinan nuestros estados personales. Determinan cómo nos relacionamos con lxs demás. Y ahí empieza nuestra distorsión del Amor. Y empezamos a llamar amor a lo que no es Amor en absoluto.
Eso que entendemos generalmente como amor, no tiene nada que ver con el Amor que somos. Eso que entendemos generalmente por amor es un acto egoísta. Un acto egoísta mediante el cual determinamos quién o qué, según nuestra inventada personalidad y según cuánto cubran nuestras necesidades (también con su malentendido amor) y nuestras expectativas, es digno de recibir nuestro amor.
En base a quién o qué cubre nuestras necesidades, determinamos cómo damos nuestro amor. Determinamos quién (o qué) merece nuestro amor. Así, el amor se convierte en un intercambio. Un intercambio, como decía unas líneas antes, totalmente egoísta. Y eso lo damos así. Pero también nos conformamos con recibirlo así.
Un auténtico error del que no somos conscientes. Igual que no somos conscientes de cuán desgraciados nos hace, en realidad, ese intercambio llamado amor. Por la forma en que lo damos. Por la forma en que lo recibimos.
Si por un momento, fuéramos realmente conscientes del Amor que somos, fliparíamos. Ese Amor que somos nos es dado, nos viene de serie, no tenemos que hacer absolutamente nada para disponer de él más que recordarlo. Conectarnos con él. Está ahí, en cada unx de nosotrxs. A nuestra total disposición.
“Eso que entendemos generalmente como amor, no tiene nada que ver con el Amor que somos”.
Lo que pasa es que, con tanto especialismo, con tanta construcción de personalidad y con todo lo que invertimos no solo en crearla, si no en mantenerla y defenderla… Se nos ha olvidado. Se nos ha olvidado ese Amor que somos.
Y en lugar de dirigir nuestra consciencia hacia ese Amor, la dirigimos a nuestros miedos, a nuestras limitaciones, a nuestros juicios, a nuestras creencias, a eso que llamamos nuestros “valores”. Y es desde ahí que vivimos lo que percibimos como nuestra realidad. Desde esos miedos. Desde esas limitaciones. Desde esos juicios, creencias y valores. ¿Cómo no se nos iba a olvidar, con tanto lío, el Amor que somos?
No somos conscientes de que, el Amor, por ser todo en realidad, es lo único que nos rige. Nuestros actos, o son actos de Amor, o son actos a través de los cuales pedimos Amor. Obsérvalo. No le pongas juicio. Solo obsérvalo. Y seguramente te darás cuenta de que es así.
Y ese mecanismo funciona igual cuando lo recibimos de lxs demás. O nos están dando Amor (sea de la forma que sea), o nos están pidiendo Amor (también sea de la forma que sea. Y no lo entendáis literalmente). ¿Percibo que alguien se preocupa por mí? Me está dando Amor. ¿Percibo que alguien hace algo que me daña? Me está pidiendo Amor.
Por tanto… ¿qué respuesta podríamos dar a alguien que nos está dando Amor, si no es Amor? E igualmente… ¿qué respuesta podríamos dar a alguien que nos está pidiendo Amor, si no es Amor?
Podríamos decir, entonces, que nuestro propósito en esto que percibimos como nuestra vida, es dar Amor. Siempre podemos responder a todo con Amor. No con amor. Con Amor. Amor del que Es.
Podemos ponernos en una posición de Amor frente a lo que percibimos como nuestra vida. Podemos dejar que, dulcemente, se instaure en nuestra mente. En nuestro corazón. Eso es lo único que tenemos que hacer. Permitirle instaurarse en nosotrxs desde esta conciencia de que, en realidad, Amor es lo que somos. Amor es lo que todo es.
Y después de eso, solo tenemos que permitirle que nos guíe en nuestra relación con el mundo. Si lo conseguimos, no habrá miedos. No habrá limitaciones. No habrá juicios, creencias ni valores. No harán falta.
Después de eso, podremos sentir completamente ese Amor que no tiene que hacer nada. Ese Amor que no tiene que hacer nada más que Ser.