Como artista visual admito que el dibujo atrajo mi atención desde la temprana adolescencia. Pero no sólo como un lenguaje artístico sino también como un tipo de terapia. Las líneas permitían expresar estados anímicos, sin el control de la razón.

Fui a la universidad y estudié la carrera de Historia del Arte llevando dentro de mí la secreta intención de entender estos dibujos. Descubrí que se llamaban “dibujos automáticos”[1], que implicaba un estado mental cercano al trance hipnótico, que sus figuras suelen ser desproporcionadas, caóticas, repetitivas o exageradas. Pero más que todo, me interesaba descifrar sus posibles significados.

En un principio, cuando comencé a hacerlos (a los doce años), no pensé que tenían significados. Pero con el paso de los años fui captando cierto sentido, cierta lógica. La cátedra de psicología del arte me proporcionó los significados arquetípicos o generales, por ejemplo, “Jung indica que el Sol es, en realidad, un símbolo de la fuente de la vida y de la definitiva totalidad del hombre”.[2]Así pues, en un mismo dibujo donde plasmé siete veces el sol, interpreté que afirmaba siete veces la vida.

De este modo me adentré en un laberinto de significados cada vez más paradójicos, pues contradecían lo que yo había aprendido a través de la familia, la escuela y del pensamiento científico. Los dibujos parecían contener figuras pre-cognitivas y retro-cognitivas. Esto significa que, por una parte, anticipaban de un modo simbólico o literal a las personas, situaciones o lugares que fui encontrando en mi trayecto vital. A veces, con diez o más años de antelación. Por su parte, las figuras retro-cognitivas albergaban memorias transgeneracionales o memorias de vidas pasadas a través de conocimientos no adquiridos en mi vida presente como, por ejemplo, la simbología alquímica. “Pero… un momento ¿y es que esto existe? ¿es que esto es posible?”, me pregunté.

Pasaron los años y siempre encontré nuevas analogías entre lo dibujado y lo vivido. Era innegable el parecido entre las figuras dibujadas y las personas que iban llegando a mi vida. Sin duda, lo dibujado retaba mi raciocinio, por lo cual, no lo compartí. “¿Cómo compartirlo? ¿por dónde comenzar? ¡dirán que estoy loca!”, me dije a mí misma.

En los dibujos pude ver delineados a mi pareja, a mis amigos y enemigos, a mis hijos, a la vida y a la muerte. Lo revelado gráficamente parecía abarcar más allá de ese cinco por ciento que usamos de la mente. Allí estaba todo lo significativo para mí; lo creyera o no, lo entendiera o no. Los dibujos reflejaban una visión de largo alcance: lo que fui antes de nacer y lo que seré a partir de hoy.

Pasados mis cuarenta años y a pesar de mi temor al “qué dirán”, decidí compartirlo. La madurez me dio otra perspectiva. Decidí sacar los dibujos a la luz y darles los valores cognitivo, psicológico y espiritual que tenían. Originalmente los hice como miniaturas en tinta china sobre papel de cuaderno, pero ahora me animaba a rehacerlo como pinturas de gran formato que exhibí con mucho orgullo en galerías de California[3] y de Miami. “Ya nada me cohíbe, si me entienden o no, si me creen o no, no es lo importante. Lo importante es expresar mi propia verdad”, pensé.

Finalmente, decidí narrar mi historia en un diario seriado[4]donde los dibujos automáticos y sus figuras, analizadas durante tres décadas, quedaron explicados en detalle, incluso, con el apoyo de fotos del archivo personal. Quizás Alguien pueda leerlo y obtener alguna pista acerca de su propio sexto sentido.

[1]Thomas, K. (1978). Diccionario del Arte Actual, p.p. 88-89.

[2]Cirlot, J. (1984). Diccionario de Símbolos, p.418.

[3]Leonardo, K (2013). Santa Monica Art StudiosCelebrate The HolidaysThisSaturdayNight. Santa MonicaMirror, p. 2.

[4]Sánchez, I (2021). Figuras Premonitorias y La Casa Transmutada. Libros auto publicadosen www.isaurasanchez.com