Desde la esquina susurraban “pero es que se ríe mucho”, en las redes sociales decían “pero mírala como se viste”, y desde la otra mesa señalaban “¿y por qué está bailando?

Y es que como el término “espiritualidad” está tan manido y por otra parte la gente tan desinformada (paradójicamente ante el desbocado flujo de información de nuestros días) que muchos confunden la palabra “espiritualidad” con vida monástica, introvertida, de labios serios y se asocia su mayor grado con la capacidad de levitar.

Me inquieta que en diferentes grupos de conversación al mencionarla de inmediato se le asocie con una religión, secta y muchos otros asuntos, que terminan descalificando tanto a esos supuestos sinónimos como a la “espiritualidad” misma.

Si usted es de los que se ha sentido atacado y no encuentra argumentos para tratar de explicarla, o más aún, todavía tiene dudas de qué es realmente, permítame exponerle mi visión del asunto.

He visto curas alegres y curas tristes, líderes compasivos y otros al borde de la tiranía, famosos con crisis existenciales y otros todavía más conocidos con alma altruista. Y he visto personas corrientes, hermanos de sangre educados en el mismo colegio y obviamente por los mismos padres que su nivel de consciencia muestra grandes diferencias, a uno la lluvia le permite disfrutar, al otro hermano las mismas gotas desahogar su “mal día” con sus hijos, no sin antes señalar “al de arriba” culpándolo por el diluvio.

Como ven ser religioso, poderoso, famoso o anónimo no nos garantiza ni la felicidad, ni la armonía en nuestras vidas. Así que debe haber algo más allá, algo que nos conecte con la existencia, sin importar en qué rincón del mundo nacimos, algo que nos permita exhalar un soplo de vida en cada acción que realicemos.

Si entonces, en una charla informal con aquellos que no han tenido la fortuna de acercarse a este maravilloso mundo de la espiritualidad, y con solo mencionarlo le reprochan que usted está metido en “algo raro” y esas energías pueden ser “malignas” (si para esa persona existen energías malignas entonces en algo ha de creer para tenerlas tan clasificadas) aquí les ofrezco unos buenos argumentos para compartirle a sus jueces.

Espiritualidad es asumir consciencia de quienes somos, como individuos y como sociedad, disfrutar a plenitud la vida, agradecer cada segundo de cada situación que se nos presenta, poder respirar, poder levantarnos, poder tocar el agua cada mañana, caliente o fría, poder abrazar, poder reír. Y también es servir a los demás, buscar el bien común, darle un sentido a nuestras acciones, comprometernos con las buenas causas, caminar hacia los sueños, alcanzar los objetivos; tan importantes son todos que su tamaño es subjetivo.

¡Pero cuidado! y hay que gritarlo sin vergüenza: “Espiritualidad” también es llorar, permitirse sentir, sentirse frustrado, hacer un duelo, gritar, caer, equivocarse, querer tirar la toalla, pero también es pedir disculpas, dar la mano, levantarse, pedir consejo, buscar ayuda, procurar la felicidad propia y del entorno, y si es posible mucho más allá, espiritualidad es leer sobre ella una y otra vez, no hasta grabármela en la cabeza, la teoría, sino hasta convencerme de ella, de que es un camino, una muy buena elección de vida que no va en contravía con permitirme “ser”, con defender mi postura pero aprendiendo de otros, asumir la perfecta imperfección de lo que somos y podemos llegar a ser con el paso de los días.

¿Y es que quién dijo que no me puedo maquillar?, ¿qué no me puedo tomar una copa de vino?, ¿qué no tengo permiso para ser la reina del karaoke?, ¿qué no me puedo divorciar?, ¿qué debo estar pendiente del qué dirán?

Así como asumo responsabilidades con ella, ser cada día más consciente de mis actos, compartir y servir, no juzgar, ponerme y tratar de caminar en los zapatos del otro, ceder, no perder el control y manejar mis emociones, también la “espiritualidad” me da derechos, a descubrir quién soy, a tomar mis propias decisiones, a decir “no”, a arriesgarme por lo que creo, a ser independiente, elegir qué y cómo lo quiero.

Pues sí amigos, ¡la espiritualidad también se va de fiesta! celebra, baila y se mira al espejo sin pudor. Dejemos que aquellos que se asoman en las ventanas mostrándonos su dedo índice se contagien del modus vivendi que hemos elegido para explorar y disfrutar de nuestro paso por el universo. Porque en últimas de eso se trata, no de que nos crean, sí de contagiar, no con la palabra, sí con las acciones, y ustedes ya saben cuáles son las verdaderas acciones de un simple ciudadano espiritual.

Diana Álvarez
Mail: conferencias@dianalvarez.com