El miedo es una emoción inherente a la supervivencia. Sentimos miedo y estamos acostumbrados a lidiar con él. Hasta lo apapachamos y nos acurrucamos con él en la cama. Sin embargo, crecer, desarrollarse, evolucionar, ascender, requiere dejar de sobrevivir para aprender a vivir. ¿Sientes miedo de dejar el miedo o estás dispuesto a vivir, quizá por primera vez? Tal vez ese miedo que sientes no es ni siquiera tuyo. Tal vez te acostumbraste a él porque les pertenece a tus padres o a tus abuelos. Pero se puede hacer diferente… Que no te dé miedo decirle al miedo que ya es suficiente…
Cuento original de Gina Cárdenas
Acompañante en Medicina Transgeneracional, Moon Mother Advanced
y Sacerdotisa de la Antigua Tradición Nórdica y Celta
facebook, @SiSanaUnoSanamosTodos
illien68@hotmail.com
Para comer, su mamá le servía todos los días una sopa de miedo. Ella debía comérsela sin chistar, porque su madre lloraba o se enojaba si no se la comía. Por tradición, la sopa de miedo era el platillo favorito. Su madre y su abuela habían comido a su vez, todos los días, la propia sopa de miedo en la mesa de la infancia.
Cuando mayor, ella misma se procuraba su sopa de miedo. La comía por las mañanas en las noticias de antes de salir de casa, la almorzaba al mediodía en lo que leía en internet. La degustaba como postre con lo que compartía en sus redes sociales y en lo que compartía con sus amigos. Y por las noches, les preparaba a su esposo y a sus hijos la sopa de miedo para la cena. Al otro día, en la comida, aderezaba sus ensaladas con un poco de noticias fake, de las que también cuentan entre su ingrediente principal al miedo. Le encantaba, por supuesto, el agua fresca de “amarillismo”. El fruto más exótico de los medios. Entre más miedo, mejor el banquete. Buscaba los programas que mejor nutrieran su miedo, las series… Toda una gourmet del miedo y gran conocedora. Sabía dónde encontrar las noticias, los chismes más escalofriantes, y gozaba poder llevarlos en tupper para sus compañeros del trabajo. Solían degustarlos con galletitas.
Cuando la pilló el cambio de vida y hubo que confinarse, en su alacena ya había la suficiente cantidad de sopa de miedo como para alimentar a un ejército.
En casa, y con la posibilidad de seguir acrecentando su alacena, no escatimó. Todos los días el mucho tiempo se le hizo corto preparando los más diversos platillos con su alimento principal: El miedo. Y por supuesto, sus amigos y familiares contribuían con lo que sabían le encantaba degustar.
Pasados los meses había aumentado muchos kilos gracias a su temerosa alimentación. Era tal su glotonería que se quedó paralizada. El exceso de miedo hizo estragos en su cuerpo y no podía moverse, ni respirar libremente, ni pensar en otra cosa que no fuera el miedo…
Postrada en su cama sólo acertaba a decir: “Otra sopita de miedo, por favor…”.
¡Gracias por sanar! ¡Si sana uno, sanamos todos!
Me sorprendieron los altos niveles de vuestros artículos.